Le encontré,
A Pedro,
como se imaginó él que lo encontrarían:
sepultado.
Estaba delgado y ya algo viejo,
enterrado entre los libros,
en sus selvas y lodazales,
encima de mis anaqueles que poco o nada tendrían de Armero.
Lo encontré medio muerto,
y para su felicidad,
ya olvidado.
Lo encontré solo y
perdido.
Lo encontré desarmado.
Decía:
“Después de todo, lo único
que nos queda por perder es el silencio”
Y luego entre las tumbas
con su voz como un secreto de Comala,
seguía susurrando
“Vivir es recordar”.
¿Recordar qué, Pedro?
El río, o la montaña, o la muerte...
Te lo dije: Ibas a terminar diciendo
que la vida no es más que olvidar que morimos.
jueves, 13 de noviembre de 2008
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