Me pregunto si hay que estar viejo
para asistir al ritual de las derrotas
sentarse cómodo en el ocaso de una vida y prescindir del olvido
ver todo como en un viejo film
y recordar el fracaso de los días
inscrito en la piel como un mapa hacia la muerte.
Yo hoy, con 21 años,
despierto en una mañana asfixiante
arropado por un terciopelo gris y con la vida gritándome un laberinto.
Y me pregunto si no es también muy triste
tener la cabeza joven entre los dedos
Deseando cada pórtico para llorar víctima de un arquetipo.
Y llorar más por que el término correcto era “lugar común”
Pero me despierto y no lloro,
y apoyo los pies en la cuerda floja
mientras uno a uno
-por cada solución a mi fracaso-
me son concedidos
cajones de plomo entre las manos.
Entonces pienso “que la esperanza pesa mucho”
y veo en la cuerda que amenaza con romperse
las huellas como pasos de una canción demente
que indican como tristes
el resumen de mi vida.