lunes, 13 de abril de 2009

Partir.

Siempre hay demasiado tiempo para pensar.
Te vas,
te vas indefinidamente.

La piel quemada, los ojos marinos,
la boca como una tremenda tumba.
El frío, el mar, la dama,
el polvo de los días que han quedado entre tus dedos.
La sal que dejó sus besos.
Tu triste equipaje olvidado...


El viento es indiferente de este lado de la ventana,
(sin embargo,
te esmeras por tragarlo a bocanadas,
y decirle adiós con los labios.)

y el atardecer te recuerda que ahora también tu eres ocaso.

Ya despedirte resulta retórico,
y el malestar se vierte en tu frente... (te alejas)
sabes que el dolor
el beso amargo de partir
es para siempre recordar
no que te vas

...pero que te has ido.

miércoles, 8 de abril de 2009

Las ciudades necesarias.

(un homenaje, quizás un insulto, a las Ciudades invisibles de Calvino: aquí sobre la muerte.)

...
-Polo, pero no me has hablado de aquella ciudad...- decía el emperador mientras prendía su pipa y se acariciaba la barba lisa y larga que le llegaba a los talones. El marinero, sin dejar su posición, reposó la taza de té sobre el piso y como haciendo una venia empezó:
-Lejos, en el centro de tu reino, se encuentra la ciudad que se llama Salomé y es la más melancólica de todas. Sus calles, a excepción de la principal, que guarda consigo una perfecta razón matemática, no son más que recobecos solitarios que guían en falso a cualquier visitante extraño que vaya de paso por el lugar, por lo que no es raro encontrar uno que otro extraviado entre los senderos escurridizos. Las variadas moradas, pues las hay diferentes, están usualmente hechas de piedra o mármol, y aunque creadas para trascender al paso intermitente del tiempo, ya se caen a pedazos y son más como ruinas que se desvanecen con el soplo frío del viento. Ahora, las pálidas avenidas, ligeramente alumbradas por el resplandor gris del cielo, son interminablemente recorridas por dos tipos de seres: los primeros, sus habitantes, son silenciosos y pálidos espectros que deambulan por el lugar; lánguidas y blancuchas luces invisibles que acompañan a cada visitante como guardianes, manifestándose únicamente como susurros de la memoria. Y los segundos, los infinitos huéspedes tristes y curiosos, no son más que personas de otras ciudades que buscan fielmente recobrar el furor de días pasados; vestidos de colores y algunos de negros atuendos, llevan flores a cada hogar de los que allí moran y piden por el porvenir de si mismos y los suyos.
Salomé, podría decirse, no es más que un gran salón de reuniones largamente previstas, reuniones en las que, por supuesto, ambas partes, moradores y visitantes, están tan empeñados en ser escuchados que olvidan siempre escuchar al otro, y entonces ni los susurros ni las plegarias son realmente atendidas. Sin embargo tan esperanzador parece comunicarse con el más allá (o más acá) que se empeñan en ser obedientes y entregados a sus rituales.
Tal es la devoción vivida en esta ciudad mi Khan, tal es el culto a los que ya se han ido; las personas como los espectros sobreviven del sentimiento que les produce pensar en que hubo tiempos mejores, y es precisamente en esta ciudadela vieja y en ruinas donde pueden tener ese espacio de memoria y olvido... Tal es la fuerza, mi Khan, de aquello que hubo y habría sido.

El Khan que atento había escuchado se levantaba ahora con gesto apático:
-¿Y por qué lo hacen? ¿Que acaso creen que son dioses o maravillosos genios que cumplirán todos sus sueños?
-¿Te molesta acaso que tu gente dependa de sus recuerdos?- replicaba Polo

-No. Lo que realmente me molesta es que pienso que al parecer este imperio no necesita un emperador,..

-Entonces ¿Qué mi Khan?-

-lo que necesita es un muerto....

martes, 7 de abril de 2009

El ahora en la arena.

Ahora que el tiempo se viste de cifras y números
y no somos más que el escandeo interminable de las horas,
la vida triste se desvanece pronta
-y a la vista aquello por irse y no aquello que se ha ido.-
Entonces luchamos incesantes contra las corrientes del río
queriendo evitar la cara del mar que es el frío fracaso;
Y desprovistos de ideas cedemos a las máscaras para burlar lo inevitable;
el ocaso en el espejo

¿Dónde ha quedado acaso la posibilidad de una memoria,
de una lápida inerte, una honra esclarecida?

¿Dónde ha quedado ese cielo, esa elegía necesaria?

¿Acaso ya no hay rosa que pueda evitar su horrible destino
de vivir más de una vida?

De tanto huirle a la muerte
y proclamar permanencia
hemos también olvidado el olvido.

Madre.

Una señora ya en edades
no necesariamente vieja,
pero si eterna,
Llora.
Llora porque es madre,
porque le pesa más el vientre vacío.

Llora porque se sabe Tirano,
con la conciencia trágica de la ironía
de su muerte,
de su amor....
y se deforma.

Llora por desgraciada,
con las lágrimas de luto,
con las manos ya muy tiesas
con la piel dura y morena,
con la espalda desnuda...

Y sin embargo, aunque llora,
lo hace en silencio,
con la carga de los años escondida
con los labios bien sellados
y sangrando...
Llora en la oscuridad porque
así debe.
porque ella y los fantasmas se lo exigen

(lloras madre, y lo sé...)
con las lagrimas de muerto
siempre muy tiernas y muy fuertes.

Esa noche...

No hablaba de marañas
ni de arañas feas en tus cabellos.
Hablaba de una población enloquecida en tu cabeza
que habiéndose visto retorcida jugaba con tu pelo
como si se tratara de una feria.
Poblaban con locura tu semblante, como si recorrieran tu cuerpo silenciosos
y reventaban instantáneos en tus coyunturas.
Eran especies divertidas, ruidosas y espontáneas (no espantosas y homicidas)
eran fantasmas, eran espectros inadvertidos.

Vientos que explotaban intermitentes de tu vientre hacia las manos
desembocando casi todos en tu boca.
Eran fuentes irrisorias diminutas,
oráculos hambrientos,
deseantes,
anticipando como un juego el grandísimo espectáculo.

Eran bichos rechinantes con forma extraterrestre,
eran yuxtaposición de pensamientos

Eran mis besos en la cama,
mientras estabas tu riendo.

Solo en una tarde adormecida.

Me siento solo,
completamente solo en el infinito círculo de la mesa.
Contemplo la ausencia en la silla del frente,
el sol de la tarde la corta con parsimonia celestial.

Miro mis manos confortables:
carne que yace tranquila en la comodidad café de la madera.
lentamente alejo la mirada de mi centro,
alejo los pensamientos de mi cuerpo y dejo que mi ego se disipe en el poniente.

El puesto está vacio.
Está vacío por que no hay nadie
Nadie.
Es el silencio de alguien más.
Alguien más.

Imágenes empiezan a surgir como sombras platónicas,
reflejos en cerrados párpados que dormitan debido al calor vespertino:
Hombres y mujeres de materia oscura, masas hechas de imaginación y memoria
únicamente existentes gracias al olvido;
se aparecen ante mi en esa descansada e incomoda siesta en el comedor abandonado.

Pero,
una vez he recuperado al universo,
y todos los hombres se me presentan como un nudo molesto y onírico,
desecho lentamente las posibilidades pitagóricas de los probabilísticos encuentros
y recreo a la primera persona:
ojos, manos, labios, sonrisa
(polvo, sueño, arena, agonía)

Ella...



Y entonces las manos se estremecen súbitamente.
La membrana roja de mis ojos, confortada entonces por la luz naranja,
se transforma en molesto brillo.
El calor desespera mi rostro y sofoca,
en un suspiro exhausto,
el intento de despertarme.

ya no siento la multitud imaginada,
y la sombra se torna de nuevo en sombra...
El mundo ha desaparecido de mi sala,
(mis labios secos)
y puedo contemplar de nuevo la silla...
la silla tan vacía como siempre

lunes, 6 de abril de 2009

A la foto de una joven dama.

“Sangre o marfil o tenebrosa
como en sus manos, invisible rosa.”
J.L. Borges.

La dama de la foto no es la Dama,
ésta es inmarcesible como la rosa que sostiene.
Es objeto al tiempo inasible,
amuleto preciado de una tarde memorable,
es eternidad sin posibilidad de olvido.

La dama de mi mente en cambio,
aunque tampoco sea verdadera
y no goce de la inmortalidad de aquella en el retrato
(se pierde fácilmente, es por otras suplantada)
la prefiero sobre la primera.

Porque Ella, tejida delicadamente en la memoria,
no es como La Flor por siempre silenciosa
sino la que vive y muere en cualquier espino.

Es materia de la ausencia
es oblivion infinito,
es el recuerdo de la rosa
que lentamente, con el paso de los años,
despoja de su cuerpo algunos pétalos
como diciendo:

soy la dama, la verdadera dama,
porque muero.

viernes, 3 de abril de 2009

Lejos.

Lejos, tan lejos como se puede
más allá de la tierra misma
probablemente en un océano,
en una extraña selva negra e irresoluta.
Lejos en los jardines más perdidos y olvidados,
en las historias que hablan sobre ellos.
Lejos en las palabras más ignotas y desoladas,
en un larga lista en arameo;
en un pequeño grano recurrente
con sus multiplicidades infinitas.
Lejos en el canto del pasado,
y en el inconcluso minuto del presente.
Lejos donde la bruma no llega con frío,
lejos donde los rezos se desorientan,
lejos donde no es donde
lejos donde se pierden las cometas.

Lejos, allá, lejos,
fue a dar finalmente el alma
esa alma mía que huía de tus ojos que no amaban.