Envidia.
Yo soy, el que soy.
(Éxodo 3, 13-14)
Hoy
soy la envidia.
La envidia a un hermano
de leche, de labios bellos.
Uno que quise ver crecer
a mi lado como un cristo impertinente:
Él un mártir con ínfulas de sabio
y yo su pueblo calcinado
sediento de sacrificio.
La envidia,
esa envidia de tener que presenciarlo
mordiendo caderas ajenas y exquisitas
cazadas como siervos
con versos adánicos
con el mismísimo Silencio
de quien trama una jauría
Esa envidia judaica
-como te hubiera encantado llamarla-
llena de mis manos en tu tierra
librándose de hijos como gusanos
endiosados, líneas de un arado
a la deriva
fraguadas en el odio apócrifo
a todos los Hermanos
Envidia,
esa envidia que soportas
con el espinazo;
con los pasos a la tumba.
Tú, finalmente,
Haz hecho de mi un olvido;
y sé que ríes
porque sabes que a lo lejos
(allá en la fría siembra del origen)
soy metáfora sin metáfora
de una lengua que se muerde
su propio rabo.