lunes, 11 de octubre de 2010

Envidia.

Envidia.

Yo soy, el que soy.

(Éxodo 3, 13-14)

Hoy

soy la envidia.

La envidia a un hermano

de leche, de labios bellos.

Uno que quise ver crecer

a mi lado como un cristo impertinente:

Él un mártir con ínfulas de sabio

y yo su pueblo calcinado

sediento de sacrificio.

La envidia,

esa envidia de tener que presenciarlo

mordiendo caderas ajenas y exquisitas

cazadas como siervos

con versos adánicos

con el mismísimo Silencio

de quien trama una jauría

Esa envidia judaica

-como te hubiera encantado llamarla-

llena de mis manos en tu tierra

librándose de hijos como gusanos

endiosados, líneas de un arado

a la deriva

fraguadas en el odio apócrifo

a todos los Hermanos

Envidia,

esa envidia que soportas

con el espinazo;

con los pasos a la tumba.

Tú, finalmente,

Haz hecho de mi un olvido;

y sé que ríes

porque sabes que a lo lejos

(allá en la fría siembra del origen)

soy metáfora sin metáfora

de una lengua que se muerde

su propio rabo.

jueves, 8 de julio de 2010

Planto.

Me pregunto si hay que estar viejo

para asistir al ritual de las derrotas

sentarse cómodo en el ocaso de una vida y prescindir del olvido

ver todo como en un viejo film

y recordar el fracaso de los días

inscrito en la piel como un mapa hacia la muerte.

Yo hoy, con 21 años,

despierto en una mañana asfixiante

arropado por un terciopelo gris y con la vida gritándome un laberinto.

Y me pregunto si no es también muy triste

tener la cabeza joven entre los dedos

Deseando cada pórtico para llorar víctima de un arquetipo.

Y llorar más por que el término correcto era “lugar común”

Pero me despierto y no lloro,

y apoyo los pies en la cuerda floja

mientras uno a uno

-por cada solución a mi fracaso-

me son concedidos

cajones de plomo entre las manos.

Entonces pienso “que la esperanza pesa mucho”

y veo en la cuerda que amenaza con romperse

las huellas como pasos de una canción demente

que indican como tristes

el resumen de mi vida.