lunes, 15 de abril de 2013

Yellowstone


Yellowstone

I.

Pocos alguna vez se detuvieron
a pensar lo que el guía había dicho.

Y ninguno,
(quizás porque estaban horrorizados)
se atrevió a cavilar con sus huellas
sobre los huevos prehistóricos del parque
la escalada advertencia.

Nadie volvió a comentar
--excepto quizás mientras comían sus helados—
que la cáscara frondosa
hecha de la fibra azul de miles de bisontes, 
era también el hocico cóncavo de un animal lento,
(vigilante)
que invernaba suspendido
en ese lunar remoto de la grande Norte América.
Ignoraron, seguro,
como ignoraron también todos los osos de todas las épocas,
las constelaciones trazadas por los huesos de sus antepasados
y desatendieron las migajas de mineral brillante
            que bordeaban los ojos honestos del fin del mundo.
Decidieron que un pino era sólo un pino,
y que las resistencias de los lirios,
siempre a punto de quebrarse al borde inhóspito de uno e infinitos glaciares,
no podían ser la metáfora de toda la existencia.   

Sólo unos pocos (muy pocos)
traicionaron la ingenuidad de la reserva,
y siguieron desvelados contemplando sus designios.
Vieron como arena los pétalos del Solidago,
e improvisaron teorías leyendo (siempre de arriba abajo)
el mapa itinerante en las huellas de un reno.
Midieron robles, forjaron cábalas de una flor de lupino.
Otros       excavaron,
imaginaron el origen de la tierra como un poro primigenio,
plagaron su mano con la sal del interminable tejido
que hacia posible el suelo.

(Entendían que apenas y acariciaban
la colosal panza del leviatán tectónico.)

II.

Al final de la caminata,
            lo recuerdo bien,
uno de los guías me dijo (o me señaló)
el vuelo de una polilla gorda que luchaba contra el peso del medio día.

La seguimos ansiosos en sus círculos
atentos
temiendo como teme el niño alguna desaparición fortuita.

Terminó al filo del geiser,
rodeada de gente expectante.
Y comprendí,
            de frente a los inquietos vapores del portento,
que todos nosotros no éramos más que el aleteo flojo de esa polilla
siempre al borde
                        entre la ignorancia y la angustia
del mismo destino efervescente.