miércoles, 8 de abril de 2009

Las ciudades necesarias.

(un homenaje, quizás un insulto, a las Ciudades invisibles de Calvino: aquí sobre la muerte.)

...
-Polo, pero no me has hablado de aquella ciudad...- decía el emperador mientras prendía su pipa y se acariciaba la barba lisa y larga que le llegaba a los talones. El marinero, sin dejar su posición, reposó la taza de té sobre el piso y como haciendo una venia empezó:
-Lejos, en el centro de tu reino, se encuentra la ciudad que se llama Salomé y es la más melancólica de todas. Sus calles, a excepción de la principal, que guarda consigo una perfecta razón matemática, no son más que recobecos solitarios que guían en falso a cualquier visitante extraño que vaya de paso por el lugar, por lo que no es raro encontrar uno que otro extraviado entre los senderos escurridizos. Las variadas moradas, pues las hay diferentes, están usualmente hechas de piedra o mármol, y aunque creadas para trascender al paso intermitente del tiempo, ya se caen a pedazos y son más como ruinas que se desvanecen con el soplo frío del viento. Ahora, las pálidas avenidas, ligeramente alumbradas por el resplandor gris del cielo, son interminablemente recorridas por dos tipos de seres: los primeros, sus habitantes, son silenciosos y pálidos espectros que deambulan por el lugar; lánguidas y blancuchas luces invisibles que acompañan a cada visitante como guardianes, manifestándose únicamente como susurros de la memoria. Y los segundos, los infinitos huéspedes tristes y curiosos, no son más que personas de otras ciudades que buscan fielmente recobrar el furor de días pasados; vestidos de colores y algunos de negros atuendos, llevan flores a cada hogar de los que allí moran y piden por el porvenir de si mismos y los suyos.
Salomé, podría decirse, no es más que un gran salón de reuniones largamente previstas, reuniones en las que, por supuesto, ambas partes, moradores y visitantes, están tan empeñados en ser escuchados que olvidan siempre escuchar al otro, y entonces ni los susurros ni las plegarias son realmente atendidas. Sin embargo tan esperanzador parece comunicarse con el más allá (o más acá) que se empeñan en ser obedientes y entregados a sus rituales.
Tal es la devoción vivida en esta ciudad mi Khan, tal es el culto a los que ya se han ido; las personas como los espectros sobreviven del sentimiento que les produce pensar en que hubo tiempos mejores, y es precisamente en esta ciudadela vieja y en ruinas donde pueden tener ese espacio de memoria y olvido... Tal es la fuerza, mi Khan, de aquello que hubo y habría sido.

El Khan que atento había escuchado se levantaba ahora con gesto apático:
-¿Y por qué lo hacen? ¿Que acaso creen que son dioses o maravillosos genios que cumplirán todos sus sueños?
-¿Te molesta acaso que tu gente dependa de sus recuerdos?- replicaba Polo

-No. Lo que realmente me molesta es que pienso que al parecer este imperio no necesita un emperador,..

-Entonces ¿Qué mi Khan?-

-lo que necesita es un muerto....

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