lunes, 16 de noviembre de 2009

Carta a un fantasma.

Espero, hable por sí sola.



Pedro,

 

mi nombre es Santiago Quintero, soy un joven literato de 20 años y, con todo el respeto, creía que usted estaba muerto.

Hace unos años, 6 quizás, me encontré en los anaqueles viejos de mi casa su libro Fábulas y Verdades de un Garrafal Olvido. El libro, cubierto de días y polvo, se me aparecía amarillo y destartalado; en la primera página una dedicatoria a mi tía, de 1989. El libro lo leí tres años después y confieso que no lo he vuelto a leer desde entonces.

Cuando pudo, me dio a parir un poema que, dedicado a usted y a esa única obra que yo conocía, hoy -en vísperas del aniversario de la tragedia de Armero. quise dar a conocer a un amigo. El poema se lo adjunto a este mensaje. Ahora, quizás por la condición del libro, de lo que él habla, incluso por la dedicatoria que para nosotros los jóvenes parece de antaño (-¡clásica!-), me pudo jugar la Literatura su artimaña y me hizo creer que eso que leía era escrito por un fantasma

 

No obstante, le escribo todo esto porque hasta hace unos minutos, como escribo arriba, usted para mi estaba muerto y bastó una página de internet con su correo electrónico para traerlo de nuevo al mundo de los vivos. El episodio, no menos irrisorio que interesante, me dejó contemplativo como al Borges de la esquina rosada y, sin ser centro de cavilaciones sobre la inclemencia eterna del Tiempo, quedé pensativo sobre como la Literatura podía matar a medias a alguien. Por supuesto me invadió algo de risa, pues me parecía imposible la ironía trágica (o cómica?); era usted enterrado vivo...

 

Pero sin querer extenderme, sólo quería comentarle lo que ya es anécdota y regalarle lo sucedido. Y esperaba que viera esto como un triunfo de su libro sobre un lector (triunfo en esta era de los fracasos) y quizás un triunfo de la Literatura sobre la realidad. No espero respuesta alguna y sin embargo me gustaría discutir algún día, de pronto con un café o una comida, lo que hoy ha sucedido. Hoy se me renueva la máxima de Paz con este episodio, esa que habla del perdido asombro de estar vivo, y se me aparece en la mente una similar para concluir y sellar esta carta al olvido..... 

 

...el repentino asombro de estar muerto.

 

 

Reciba un cordial saludo. 

2 comentarios:

Val dijo...

Sabés que me pasó algo similar? Di a una escritora por muerta, simplemente porque encontré sus libros en las repisas de la casa de mi abuela, con olor a hojas viejas, amarillentas y con las puntas, ya no en perfectos ángulos rectos. Y luego me enteré que estaba viva. Grata sorpresa. Procedí a una carta también, sin saber el fin que iba a darle (bueno, quizás prediciéndolo) y nunca la terminé.

Jaques Mirage dijo...

Me encantaría verla, inconclusa o concluida. Gracias por los comentarios. Y si espero verte pronto por acá otra vez.